martes, 30 de agosto de 2011

El verano de Kikujiro (Kikujiro, Japón, 1999)




Takeshi “Beat” Kitano demuestra con este largometraje su poderosa elocuencia audiovisual. Su poesía cinematográfica. Un estilo en el que predomina la sutileza de la imagen a través de planos y narración fragmentada.

Efectivamente, usa la elipsis como aliado fundamental. Esta vez el realizador presenta un cuento para niños y adultos con el recurso del humor como principal arma. Cabe resalar que Kitano (Kikujiro) es conocido en Japón como excepcional comediante.

Sin embargo, no se piense que se trata de una comedia hilarante o absurda al estilo estadounidense. Para nada. Ingeniosa y sensible, apunta al niño que llevamos dentro.

Esta película de carreteras (road movie) muestra la relación entre un niño (Masao) que busca a su madre y Kikujiro, ocasional acompañante, apostador impenitente y pendenciero de raza. Las personalidades de ambos se contraponen, por ratos no se sabe quien es el niño. Masao vive con su abuela y es melancólico, Kikujiro vive el momento y le saca provecho a todo lo que está a su alcance (no duda en utilizar al niño). Es un pillo vagabundo que remite a grandes del cine como Chaplin, Keaton y Cantinflas.

Le bastan gestos característicos, como el ojo nervioso que cierra y abre, y la lengua que saca como niño malcriado. Además de su leve sonrisa, su rostro es inexpresivo como “cara de palo” Keaton. Causa admiración y gracia también su andar cadencioso y despreocupado.

Como es clásico en esta clase de filmes, ambos pasan una serie de peripecias y aventuras que son motivo de risa, a la vez que momentos de tensión y tristeza. Pero el director le añade un lado fantástico y teatral incluido en los sueños y pesadillas del niño, juegos de los personajes, animación de objetos e insectos.

A lo largo del relato, contado a través de títulos, aparecen variados personajes, que enriquecen la historia, como una pareja, el escritor (hombre pulpo), los motociclistas, entre otros; con los que Masao y Kikujiro comparten divertidos instantes. Con ellos forman eventuales comunidades en las que trasunta la humanidad, un candor y fraternidad especial. En este ambiente todo resulta natural, sin impostación; verbigracia: los desnudos, los improperios de Kikujiro y su violencia e ilegalidades.

Es una comedia sugerente. La mayoría de bromas (gags) son visuales, no provienen de los diálogos. Las conversaciones de los personajes son concentradas y escuetas. Como en las viñetas del detalle que falta, a menudo, es en un segundo plano donde se desencadena lo gracioso. A veces los actores ingresan al plano causando hilaridad.


Adicionalmente, hay un uso notorio del plano general largo o gran plano general, con el que el cineasta ubica al hombre en conjunción con la naturaleza.
En este sentido, es evidente que la composición de imagen (encuadres) forma parte medular en el universo creativo de Kitano, que aprovecha con talento la expresividad del plano al que, en este caso, no es común que prosiga un movimiento de cámara o del lente.

La obra derrocha la simpleza efectiva y encanto característico del nipón, que sorprende con imágenes oníricas o recursos como la cámara lenta, la aceleración y la pausa.

Hay diversidad de películas acerca de niños y adultos. El referente mayor es, sin duda, El pibe de Chaplin. Al igual que Charlot, Kikujiro es un hombre vinculado a la calle. A pesar de sus métodos poco ortodoxos, su violencia y torpeza, es noble. Vivaracho de buen corazón, conmueve con sus excentricidades. La gran semántica de Takeshi Kitano, provoca ternura y alegra el corazón.