Filme de gran belleza, impacto y
emotividad. Una de las mejores obras de artes marciales, si no la mejor, de
todos los tiempos. Basado en el libro de Wang Du Lu, destaca por su historia y
sobremanera por su poética visual y musical. En efecto, su fuerza yace en la
poderosa delicadeza, elocuencia y cuidado de las imágenes. Soberbio tributo a
la naturaleza del sétimo arte.
Ang Lee es un realizador en cuyas
películas enfatiza los sentimientos más inherentes al ser humano, los que
presenta con notable sensibilidad. De esto dan cuenta: El banquete de bodas (1995); Comer,
beber, amar (1994); Sensatez y
sentimientos (1995); La tormenta de
hielo (1997). Lee es reconocido por incorporar en sus filmes elementos
vinculados a las costumbres y tradiciones de determinados segmentos sociales así
como el contraste entre lo tradicional y lo moderno.
Sin habérselo propuesto quizá, en El tigre y el dragón logra un magnífico
homenaje al género de las artes marciales. Destaca la magia, fantasía y
realismo de las peleas de gran tradición en Hong Kong, la segunda industria del
cine mundial en cuanto a producción cinematográfica se refiere. Brillan en todo
su esplendor las escenas de peleas por el virtuosismo de sus ejecutantes, igual
sucede con las imágenes que le dan vida.
En este largometraje se combinan
acertadamente la acción, el drama y el romance. El director ha respetado los
cánones del género (las luchas, demostraciones técnicas con armas, recursos y
habilidades propias de sus ejecutantes, así como la filosofía del guerrero),
sin olvidar el factor humano, afín a su característica como artista. En esa
amalgama reside el valor, originalidad e importancia de la obra. Sentimientos
como el amor, la pasión, el rencor, la venganza, están presentes.
Por añadidura, está el ritmo pausado y
cadencioso propio de la época y de la cultura china, asimismo el carácter
ceremonial y ritual con el que ejecutan sus actividades cotidianas. Estos
aspectos se muestran con una prolijidad estupenda, como corresponde a la
realidad. En este sentido, la trama se desarrolla sin apuro, los hechos se
desenvuelven con calma oriental como pétalos cayendo en una manta de seda. Es
decir, abunda una atmósfera etérea que cautiva y emociona, la que se hace
posible merced a la sobriedad y estética de la fotografía, la música, el vestuario,
los decorados, las coreografías y actuaciones. Es la totalidad de la obra lo
que la hace tan especial y maravillosa. La belleza con la que se desarrolla el
relato fílmico es insuperable, apoteósica, de primera. El reconocimiento para
la fotografía de Peter Pau, las coreografías de acción de Yuen Wo Pin y la
música de Tan Dun.
Destaca Li Mu Bai, personaje que
sobresale por su habilidad e imbatibilidad pero más por su sabiduría. Lo
interesante estriba en el balance de sus fortalezas y debilidades ya que a
pesar de su heroísmo, arrojo y valentía no deja de ser un ser humano. Otro
personaje importante es Jen, la joven rebelde aristócrata cuya personalidad se
opone a la experiencia y la sabiduría de Li Mu Bai y la hábil guerrera Yu Shu
Lien. Jen admira a Shu Lien y quiere ser como ella pero a la vez desea vivir
sus propias aventuras. Estos protagonistas
son encarnados por los magníficos actores Chow Yun Fat (Li Mu Bai); Michelle
Yeoh (Yu Shu Lien); Zhang Ziyi (Jen).
El cineasta de origen taiwanés presenta al mundo su cultura ancestral al igual que el a veces menospreciado género de artes marciales y resulta triunfador. El hecho de lograr el Oscar a la mejor película extranjera (2000), aunque merecido bien puede parecer un premio consuelo. De todos modos el éxito de Ang Lee es incuestionable ya que fue incluida en siete categorías, ganando en cuatro de ellas (mejor film extranjero, cinematografía, partitura original y dirección de arte). Por si fuera poco, y al margen de los premios, su logro mayor reside en la calidad de su largometraje, metáfora que retrata en toda su dimensión la extraordinaria aventura humana que es la vida. Lee deja para la posteridad una obra maestra a la vez que un clásico indiscutible.