A Gia.
No sé si estaba sensible; pues al final tanta emoción me hizo llorar.
Los creadores de Historia de juguetes (John Lesseter principalmente, al ser director y creador de la primera versión de 1995, y quien produce esta tercera entrega) hallaron una nueva vuelta de tuerca. Esta contiene la misma expectativa de sus antecesoras. La trama es sorpresiva, es decir: nada predecible.
En la vida de Andy, el joven propietario próximo a asistir a la universidad, los juguetes han pasado a un segundo plano, quedándose con los más entrañables. El joven se encuentra ante una disyuntiva, desprenderse de ellos o guardarlos de recuerdo. Sin embargo una serie de errores desencadena una historia con enredos, engaños, trampas, suspenso, temor, risa, alegría y lágrimas, de emoción, por supuesto.
La obra, bien conducida por su director Lee Unkrich, es un canto a la amistad entre un ser humano y sus juguetes ¡qué importante es un juguete con el cual compartir momentos de sana diversión e imaginación! ¡quién no atesora un juguete que se niega a regalar porque forma parte de su afecto! Los juegos son parte importante del aspecto creativo hasta de formación de la personalidad de un hombre.
Precisamente, esa es la premisa del largometraje: la amistad (niño-juguete) trasladada al imaginario y supuesto estrecho vínculo entre los juguetes.
Se presentan instantes muy intensos y de buena factura: cuando el grupo de amigos llega a la guardería; el posterior contraste de la realidad; el escape de Woody; la relación entre Barbie y Ken; los momentos de Buzz españolizado; el escape y el juego final entre Andy y la niña.
La película se torna impredecible puesto que hay permanentes cambios en el desarrollo de la trama, lo que provoca un ritmo vertiginoso que se transfiere al espectador. Esto se conoce como puntos de giro (plot points).
El género de animación tiene en Historia de juguetes un referente, punto de partida de diversas posibilidades creativas. Existe un antes y después. Es un clásico para todas las edades; más para aquellos que conservan su “niño interior”. Los que habrán logrado el viaje al epicentro de la niñez y vibrado con el recuerdo de haber pasado el cauce natural de dejar atrás sus juguetes tal como Andy.
Woody, Buzz y compañía ya son personajes inmortales en la historia del cine; a pesar de no tener una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood y ser criaturas animadas.
No sé si estaba sensible; pues al final tanta emoción me hizo llorar.
Los creadores de Historia de juguetes (John Lesseter principalmente, al ser director y creador de la primera versión de 1995, y quien produce esta tercera entrega) hallaron una nueva vuelta de tuerca. Esta contiene la misma expectativa de sus antecesoras. La trama es sorpresiva, es decir: nada predecible.
En la vida de Andy, el joven propietario próximo a asistir a la universidad, los juguetes han pasado a un segundo plano, quedándose con los más entrañables. El joven se encuentra ante una disyuntiva, desprenderse de ellos o guardarlos de recuerdo. Sin embargo una serie de errores desencadena una historia con enredos, engaños, trampas, suspenso, temor, risa, alegría y lágrimas, de emoción, por supuesto.
La obra, bien conducida por su director Lee Unkrich, es un canto a la amistad entre un ser humano y sus juguetes ¡qué importante es un juguete con el cual compartir momentos de sana diversión e imaginación! ¡quién no atesora un juguete que se niega a regalar porque forma parte de su afecto! Los juegos son parte importante del aspecto creativo hasta de formación de la personalidad de un hombre.
Precisamente, esa es la premisa del largometraje: la amistad (niño-juguete) trasladada al imaginario y supuesto estrecho vínculo entre los juguetes.
Se presentan instantes muy intensos y de buena factura: cuando el grupo de amigos llega a la guardería; el posterior contraste de la realidad; el escape de Woody; la relación entre Barbie y Ken; los momentos de Buzz españolizado; el escape y el juego final entre Andy y la niña.
La película se torna impredecible puesto que hay permanentes cambios en el desarrollo de la trama, lo que provoca un ritmo vertiginoso que se transfiere al espectador. Esto se conoce como puntos de giro (plot points).
El género de animación tiene en Historia de juguetes un referente, punto de partida de diversas posibilidades creativas. Existe un antes y después. Es un clásico para todas las edades; más para aquellos que conservan su “niño interior”. Los que habrán logrado el viaje al epicentro de la niñez y vibrado con el recuerdo de haber pasado el cauce natural de dejar atrás sus juguetes tal como Andy.
Woody, Buzz y compañía ya son personajes inmortales en la historia del cine; a pesar de no tener una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood y ser criaturas animadas.
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