Brillante filme de Takeshi
Kitano. Relata la historia de un conocido héroe del cine japonés: Zatoichi.
Espadachín ciego que se gana la vida como apostador y masajista.
De 1963 hasta 1989 el personaje
fue representado por el actor Shintaru Katsu en 26 películas y más de 100 episodios
de televisión.
Takeshi ‘Beat’ Kitano tomó el personaje y lo adaptó a su estilo. Esta vez es más explícito que en sus anteriores obras. El filo de la espada corta profundamente y la sangre brota por doquier.
Si en algo se mantiene el
realizador, es en el vínculo con los grupos de delincuentes, asesinos y el
abuso y poder opresor de estos. Lo mostró en Sonatina (1993), Flores de
fuego (1998), El verano de Kikujiro (1999).
A diferencia de las anteriores,
es una obra de época. Vemos las costumbres ancestrales de los nipones
reflejadas en magnífico vestuario, maquillaje, decorados, objetos diversos e
instrumentos musicales. El director es magnífico para retratar estados de ánimo
y atmósferas, humanas y no humanas; posee la sensibilidad necesaria para
transportar a las situaciones y los parajes que presenta.
Tiene un ritmo cadencioso
expresado a través de imágenes intimistas que interactúan con la naturaleza y
labores cotidianas. Un haiku puede expresar el sentimiento que propone el
director: calmo como agua de manantial, filoso como hoja de papel.
Por otro lado, Kitano no pierde
su acostumbrado sentido del humor, con personajes y escenas que invitan a reír.
Verbigracia, Shinkichi, el loco que pretende ser guerrero y corre dando gritos;
el asombrado apostador que fracasa en sus intentos de triunfo; Zatoichi, muy
bien caracterizado por Kitano, quien no deja de sorprender con sus gestos y
acciones.
Quién diría que detrás de su
indefensa apariencia se encuentra un hombre sabio y sensitivo, además de
diestro maestro de la espada que usa (envainada) como bastón.
Con este largometraje queda
demostrado que no es privilegio de los estadounidenses ni la creación de héroes
ni de películas acerca de ellos. Sin embargo, a despecho de no ser un héroe
sobredimensionado, emocionan por igual aquellas sangrientas peleas, tan
magistralmente coreografiadas y que hacen partícipe al público de todo el “arte
de la muerte” del que es capaz el masajista ciego.
Como todo largometraje del
director no hay lugar para lo superfluo. No se trata simplemente de la azarosa
vida de un espadachín que gusta del juego de azar y beber sake. Hay temas
profundos: asesinato, desamparo, venganza, valor, sabiduría, abuso, intriga,
enfermedad, vida y muerte, pobreza y abundancia.
Producciones como esta son las
que perduran en el tiempo. De a pocos Kitano va dejando un gran legado fílmico.
Su propuesta deja huella y como el colosal Akira Kurosawa (sin querer
compararlo) logra universalizar la cultura japonesa. Ya no sorprende: es una
realidad al igual que su valioso cine.
Punto aparte es el final,
sorpresivo y feliz. La cereza del postre es la espectacular secuencia de baile
y música, animada por una colorida coreografía en la que el zapateo es
complementado con ágiles saltos y volteretas mientras los tambores resuenan con
fuerza estremeciéndolo todo, como gigante latido de corazón. El enorme y
generoso latido de Zatoichi. Un personaje humano y controversial.
Con la ceguera (como la novela de
Saramago) se conoce mejor el alma humana. Se desarrollan otros sentidos que
vuelven más perspicaz al hombre, y se agudizan las percepciones. Zatoichi
reivindica el ciego que llevamos dentro.
Por un lado, es una persona
común; como muchos de los personajes de Kitano, es un bonachón errante que va
relajado por la vida. Alguien que aprovecha lo que ésta y la naturaleza le
proveen, disfrutando de los placeres mundanos: un buen trago de sake, algo
frugal para alimentarse, apostar, conversar con las personas, pasear por los
caminos, tomar té.
Por otro lado, lo que más le
place es ayudar, sobremanera al más necesitado. Es un vengador que pone en su
lugar a los malhechores. Lo interesante es que se le ve insignificante, y esa
es su mejor “máscara”. Es un maestro con la espada. Habilidoso, veloz e
implacable como flecha mortífera.
Otro mérito son los formidables
combates, con el añadido de una acertada utilización de cámara lenta que
magnifica el dramatismo de la lucha.
En un soberbio duelo final con el
samurái, Zatoichi muestra que es un súper dotado. Tremendo personaje ameritaría
una segunda parte. Esperemos.
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