La historia se inicia en el momento en que un policía encubierto, rebautizado como Donnie Brasco, contacta con uno de los hombres de un grupo mafioso a fin de infiltrarse en su organización.
Donnie
Brasco, con
seguridad, pasará a ocupar privilegiado lugar en la historia del subgénero de
gangsters. Magnífico filme que explora en las relaciones interpersonales entre
miembros de una familia de este tipo. Sin embargo, la obra apunta también en
dirección de grupos de familia en general.
Empero, el peso del relato está en el
vínculo entre Brasco (Johnny Depp) y “el Zurdo” (Al Pacino), un gatillero de la
organización, un peón de la cosa nostra. En efecto, la amistad entre ambos es
la pieza fundamental en el desarrollo de la trama. “El Zurdo” apadrina a Brasco
y le enseña, guía y protege como un hijo, de tal forma surge un estrecho afecto
y camaradería entre ellos. Ambos, representan al maestro y aprendiz,
respectivamente.
A diferencia de otras películas de su
estilo, no es el retrato de un capo, de un líder, sino que se enfatiza la perspectiva
de un hombre común, un jornalero del crimen. Una persona con virtudes y
defectos, que sufre y goza, como cualquiera, que trabaja para mantener a su
familia, pero sobre todo, que tiene anhelos y otros planes para su vida. Además,
es un soñador que lleva una vida sin muchos logros ni reconocimiento de sus
pares.
Uno de los puntos de mayor eficacia está
en el ritmo, pausado y cadencioso, que se une al ambiente nostálgico que de
alguna manera fluye del personaje encomendado a Al Pacino. Estamos ante una
obra melancólica tipo El padrino o Carlito’s way. Mike Newell, el director,
maneja bien, el drama, el suspenso y la acción, pues esta obra posee de todo un
poco, y, precisamente, en este equilibrio, reside su gran éxito.
Newell privilegia las relaciones entre
los componentes de grupos. Se presentan diferentes clanes y sus
características. Están entrelazados, aunque opuestos, la familia del policía,
la del Zurdo, y las organizaciones policiales y mafiosas. A pesar de todo,
siempre está presente la condición humana, característica del realizador. Ello
se evidencia en el obsesivo trabajo de Brasco y los conflictos que ocasiona en
su relación matrimonial, y también, los problemas económicos y de otra índole en
el modesto hogar del Zurdo. Pero, no solo están las relaciones humanas, hay
espacio para los disparos, la sangre, los asesinatos, la traición, elementos
clásicos del subgénero.
Además, hay un interesante aporte, que
presenta al grupo criminal como algo lejano a ese mundo idealizado, que los
hace ver como un paraíso, donde no existen responsabilidades.
Donnie Brasco, muestra un eficaz juego de
apariencia. El investigador finge su identidad y, sin pretenderlo, termina
envolviéndose en su propia telaraña. Como se escribió antes, la efectividad de
la historia se haya en el suspenso, siempre presente en las acciones de Brasco,
que logra una metamorfosis, tanto física como sicológica. Aprende a lucir y comportarse
como gangster.
El tema de la dualidad de Brasco es
clave, es el eje del drama y el suspenso. Una vez dentro, su amistad y fidelidad
con el grupo es grande, está tan involucrado que no puede salir. Así como éste,
el espectador se pregunta qué hará para escapar de la trampa en que se halla. Estas
acciones permiten el lucimiento actoral de Johnny Depp y Al Pacino. Ambos, en
entregas soberbias. Emocionales, sentimentales, nobles, leales,
temperamentales, agresivos, rudos. Toda una gama interpretativa con subidas y
declives.
Suma a la puesta en escena, un eficaz
reparto, la magnífica ambientación de los setentas, tanto en los autos, el
vestuario y otras indumentarias, y por supuesto, la música.
Con inteligencia, Newell mantiene una
saludable mesura. No se deja tentar por el melodrama ni por la adrenalina usual
del subgénero, tampoco por el eterno conflicto entre el bien y el mal. Su
interés apunta al quehacer del oficio gangsteríl; la familia como centro de una
actividad en común, y, por supuesto, la amistad; entrañable y paradójico lazo
entre el detective encubierto y el soldado de la mafia, quien, escrito sea de
paso, encarna como nadie los “valores” y códigos de la misma.