lunes, 14 de marzo de 2011

El discurso del rey (The king’s speech, Inglaterra, Australia, EUA, 2010)


No es el tipo de obra fastuosa en que los gestos refinados, vestuario y decorados prevalecen, ni la historia narrada de forma sensiblera en la que se enfatizan los conflictos y manipulan los sentimientos, tampoco se enaltece al protagonista, tratando de convertir su lucha en una gesta.

Tom Hooper, el realizador, hace lo contrario, con relativamente poco expone mucho. No deslumbra pero convence. Atrae con la naturalidad y austeridad con la que cuenta una trama de personas poco comunes, unas por estirpe y otras por humanidad y profesionalismo.

Relata la biografía del príncipe Bertie (luego rey Jorge VI) y su afán por mejorar el tartamudeo que lo acompaña desde su niñez. Hecho que lo lleva a diferentes consultas sin el éxito anhelado, hasta que conoce a un curioso y excéntrico terapeuta (Lionel Logue) creador de un método poco ortodoxo y cuestionado para la época, pero cuya eficacia ha demostrado con otros pacientes.

Producto de estas sesiones, que se inician de forma áspera y sufren permanentes altibajos es que se va consolidando su amistad. Uno de los puntos medulares del largometraje. Lo interesante estriba en la contraposición de personalidades. La seriedad, parquedad, mal carácter, inseguridad del príncipe; frente a la rebeldía, alegría, irreverencia, seguridad y libertad del instructor. Confrontados, el de arriba y el de abajo.

Las consultas, no obstante, van más allá de las técnicas para vencer el problema.
Al averiguar respecto a los antecedentes que generan su dificultad en el habla se convierte también en consejero. Bertie le cuenta sus traumas infantiles: carencia de atención, cariño y alimentación; además de correcciones físicas (en las piernas) y las burlas despiadadas de sus hermanos. Logue se da cuenta que el tartamudeo es la consecuencia de todo ello, así como su timidez e inseguridad, y acomete la terapia en conjunto. Esto es lo que hace posible la amistad, pues el príncipe percibe que le dice la verdad no para mofarse sino para ayudarlo.

En tal sentido, es la lucha de un hombre por superar su desperfecto en el habla y los esfuerzos, inseguridades, temores, reveses y éxitos en su afán de ser respetado, admirado, apreciado; además de sentirse capaz de realizar una vida normal, en su condición de rey.

También, sin proponérselo, el filme es un llamado de atención para aquellos que tienen los mismos inconvenientes, tributo a las voces que desean ser escuchadas.

De otro lado, es un espejo de la estricta y difícil crianza, educación y protocolo de la nobleza imperial que se denota en la rigidez del trato, los finos modales, reverencias, cortesía extrema, amaneramientos, etc. Además de los entretelones que rodean la vida y acciones de los reyes y sus descendientes; las aspiraciones al trono, los conflictos y ambiciones por el poder. Sin olvidar que deben ser ejemplo para la sociedad, dado que están en la mira de todos.

El largometraje no tendría el mismo resultado ni virtud de no ser por las actuaciones de Colin Firth (Bertie, Jorge VI), Geoffrey Rush y Helena Bonham Carter.

Firth impone su presencia física y carácter, a pesar de no tener el estilo de actor camaleónico es convincente y demuestra versatilidad. Está impecable y sin fisuras. Es imposible que no sea recordado por esta caracterización. Rush, magnífico intérprete, está estupendo; con un personaje sui géneris que no ha sido lo suficientemente valorado. Bonham Carter, a diferencia de otros roles, luce contenida, frágil y mesurada, como no puede ser de otro modo, lo que no significa que no sea efectiva. Es una gran actriz. ¿Quién está mejor Firth o Rush? Para nosotros, por varias razones, la de aquél tiene mayor impacto emocional, en cambio la de éste es tan buena que pasa desapercibida.

El discurso del rey, sorprende y supera las expectativas. Se trata de una buena película con variadas sensaciones. Sin excesos, logra conmover con el acostumbrado estilo inglés; cadencioso, fino y cordial.